martes, 8 de abril de 2008

SUMA PINTA, YAGE MAS ALLA DE LO CATARTICO

“Los colores aparecen, la realidad se torna un tanto inestable y el máximo encuentro con la pureza del ser mismo, hace del cuerpo el mejor recipiente que guarda la infinitud del espíritu.” Son las palabras con las que Ginna Ortega, escritora del artículo publicado el 17 de mayo de 2007 en "El Tiempo", objeto de esta reseña nos introduce en él. En este trabajo Ortega propone como idea principal que, la problemática del yagé no gira entorno a la sustancia como tal, si no por el contrario al uso que se le da.

Ortega considera que en el momento de la toma cuerpo y alma expresan toda su gracia divina, permitiendo una mejor conciencia a la persona de si misma.” pintas que quitan el narcisismo y reconstruyen la identidad de un individuo”, es lo que nuestra autora considera el efecto del yagé.

El gripo Inga es la tercera comunidad mas grande del país, para los cuales el yagé representa un ser superior, “que aparte de ser curación de la mente y el espíritu, es el contacto directo con la Madre Tierra”. Por otro lado el yagé también representa para los Ingas fuente de conocimiento y un camino hacia un mejor mundo. El camino hacia un mundo mágico donde se convive en paz con todas las criaturas de la naturaleza. El taita (líder religioso) es la persona encargada de la realización de la ceremonia y quien también se le atribuyen poderes especiales.

En su experiencia personal de investigación, Ortega comenta que; “hace más de diez años el Yagé llegó a la ciudad por los procesos de expropiación de tierra que se dieron en el Alto Putumayo. Las “misiones” capuchinas generaron una gran cantidad de emigrantes Inga, quienes viajaron con el fin de obtener recursos para recuperar sus territorios en forma de propiedad privada”. Es así como el yagé se ha convertido en una fuente de ingresos para los indígenas y una forma de compartir su cultura. Pero como ortega escribió “Acomodarla en lo occidental termina siendo algunas veces el requisito para prostituirla”.

En acuerdo con Ginna Ortega, considero que la solución la problema no es la prohibición de los rituales si no por el contrario, practicarlas con respeto y consientes de lo que esta práctica representa.

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